Sendas en el Margen

Un lugar de palabras…

Las lágrimas de la luna

En las noches de plateada luz, cuando las hogueras crepitan y las palabras se hacen de aire, cuentan los viejos de aquellas duras tierra que la luna, una vez, tuvo un amor.

En realidad no fue un amor, fue su único y gran amor. Cantan que cuando se abrazaban, en forma de luz se derramaba ese abrazo sobre la tierra, y los mares eran de plata, y los ríos eran de plata, y las jóvenes aguas que bajaban las montañas saltaban felices como diamantes que encerrasen el rostro feliz y brillante de la luna. Cuentan que jamás hubo tiempos más hermosos recorriendo la tierra.

Pero ese gran amor se perdió.


Quedó la luna profundamente desconsolada, solitaria y triste, como hoy la vemos. Y se refugió en la noche. Con sus innumerables lágrimas tejió un manto que le arrancara el frío que vino a habitarle el alma, pero ese frío es tan insondable como el tiempo, y nunca desapareció, más aun, en compañero eterno de su andar se convirtió.

Aconteció entonces que, igual que en los hermosos tiempos la tierra recibía el brillo de aquellos abrazos, también fue fiel receptora de esa tristeza y de su frío. Y las noches se llenaron de un manto blanco de nostalgia sedosa, de quietud infinita. Tal era la pena reinante que por todos los rincones los amores se marchitaban hambrientos de brillo, del cálido latido de un tiempo desaparecido.

Desesperaban esos amores buscando consuelo a sus pesares, y por alguna razón, o por la sinrazón que sólo el corazón desesperado entiende, volvían sus ojos a la luna, le cantaban sus males y en numerosas lágrimas le envolvían sus deseos. De todos es conocido que de las lágrimas el salado líquido sólo es húmedo residuo, sólo envoltorio, vehículo necesario para que el deseo que con fuego lo habita pueda abandonar el alma. Así, las lágrimas no caen al suelo, ahí sólo se derrama lo que de materia está hecho. Pero lo que inmaterial es, lo inasible y vivo, el fuego, vuela y busca las plateadas manos de la luna, destino que le fue conferido en su urgente creación por el alma desconsolada.

Pero la luna ya va cargada de su propio pesar, arropada por su manto de damas frías, y decidió desde aquel entonces su soledad. También decidió que ese pesar era tan grande que ningún otro podría nunca abrazar. Así, olvidóse de ellos hace tiempo, y desde ese entonces una fría máscara les muestra, la misma cada noche, mientras la otra, la verdadera, en la ilimitada oscuridad fabrica sus propias y amargas lágrimas.

Es por eso que todos los deseos de los amantes se reflejan en la luna, y ninguno de ellos, en su frenético e iluso vuelo, tan triste rostro alcanza. Sólo lo rozan, para quedar en una gota congelados y vagar sin consuelo por el oscuro palio su destino de tristeza. A veces, por algún desconocido y extraño sortilegio, alguno de esos deseos se encuentra con una lágrima que se escapa de la luna. Ocurre pocas veces, pero entonces se convierte en hecho extraordinario, pues alimentada de inusitado fuego, esa lágrima cobra el brillo que una vez fue, y se consume en fugaz línea de luz sobre la tierra.

Crepita la esperanza en las hogueras de la noche. Entre todos los sabios del lugar, hay uno, el más viejo, el de mirada más lejana, uno que cuando ya todos inclinan la cabeza enterrándola en las brumas del desconsuelo, hablándole fijamente a las anaranjadas lenguas del fuego, en apenas un susurro dice:

Viejo.- Luna, luna… Ayer te vi, y la luz de la mañana ya avanzaba mientras mi alargada sombra la perseguía. ¿En qué andabas a esa hora en que el día lucía su temprano latido? ¿Será tal vez que hasta tú sientes la luz de la esperanza?

Sabias son las palabras de ese viejo ausente, que en sus días también hondo amor vivió. Y digo sabias porque es cierto que algunos extraños días puede verse a la luna sin su frío manto constelado recorriendo las sendas de la mañana. Y es porque su gran amor no es otro que el sol, y aún lo sigue siendo. Y en esas sendas, en un algo dormido en el frío que la habita, aún espera, tímida. Casi transparente, ella espera. Y sus brazos, por un imperceptible instante, vuelven a unirse, a derramarse sobre la tierra como esperanza renacida a esa hora temprana del alba.

Sigue hablando ese viejo desde su memoria alargada, saca de ella lo que también una vez fue. Bien sabe él que ése es el instante, que en ese rostro transparente y diluido la fría careta se esfuma y que ella ríe como ayer. Y en ese instante, si un deseo se acerca a sus plateados brazos ella lo acoge como a un desvalido infante en un abrazo de cálida luz. Son esos los deseos que nunca se apagan, los que están vivos y le dan su verdadero brillo a la luna, los que se alimentan de la luz del sol y habitan en ella. Y es por eso que a pesar de su pena y de la oscura noche la luna brilla, y vive de los tiempos en que el amor aún puede ser.

La noche avanza con su frío estrellado. El fuego se consume en sus últimas caricias verticales y todos se preparan para dormir evitando los falsos ojos de la luna. Nuestro viejo sabio, siempre la mirada en otros días, se pone en pie iniciando el camino a un mundo de memoria arraigada.

Moraleja:
Si valor le das a tus deseos, no busques en la noche, busca que descansen en los brazos de una mirada brillante en la temprana mañana.

27 febrero, 2012 Posted by | Los Cuentos del Mar | , , , , , , , , , , , , , | 20 comentarios

Un tren ilustrado


Hay una estación de la esperanza
del verde tiempo clavado en la piedra
esperando

Hay un tren de vagones letrados
del rojo nombre recorriendo las sendas del alma
acariciando

Ahí, cautiva, me viaja la vida
rendida, dormida en un rincón de aire

Cuán lento se antoja el tránsito en esa vía
desde la curva del horizonte anochecido
Incierto el destino se imagina
deambulando junto al tiempo en el andén

Si de cerrada ventana viene el día
acierte el azar sus huellas
y en el pliegue de la página maestra
adivinen la ruta señalada

Ya se marcha la luna
y en la pequeña ventana ruega un suspiro
llorando
Pero en la vieja estación se sabe:
el verbo amanece siempre en la mañana
… soñando

23 febrero, 2012 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , , , , , | 21 comentarios

Adriano

Publio Elio Adriano (76 – 138), Emperador de Roma, uno de los cinco grandes de Roma, uno de los grandes hombres de la Historia.

22 febrero, 2012 Posted by | Palabras con luz | , , , | 16 comentarios

Día 12, Febrero de 2012

Instantáneas

Una caricia puede abrir un saco de ternura
…y un saco de ternura parece puede abrir una tímida cajita de sonrisas
Una cajita de sonrisas cierra la noche oscura, es claro
…y la noche oscura abre la sorpresa de la mañana
La sorpresa de la mañana es un abrazo del sol
…y el sol abraza sólo cuando amanece Domingo
Cuando amanece Domingo no importa el tiempo
…y cuando no importa, el tiempo es una canción
Una canción trae a otra, y esa otra a otra más
…y esas otras más son música en la piel
La música en la piel es una caricia
…y una caricia puede abrir un saco de ternura… pero sólo cuando amanece Domingo

Memoria

Ahora los rayos desgarran
la sombra espesa. Reciente,
todo el paisaje se muestra
abierto y mudo, evidente.

…y un saco de ternura parece puede abrir una cajita de sonrisas. ¿Miedo?

La noche, madura toda,
gravita sobre la nieve
hilada. ¿Qué zumos densos
dará en mi mano caliente?

…y la noche oscura abre la sorpresa de la mañana. Eso, sorpresa.

La noche en mí. Yo la noche.
Mis ojos ardiendo. Tenue,
sobre mi lengua naciendo
un sabor a alba creciente.

…y el sol abraza sólo cuando amanece Domingo. Sí, es suave calor.

Poca es la fe de un hombre incierto.

…pero una canción… es música en la piel. Caricias del alma.

(Vicente Aleixandre)


«Las soledades aterran
desde los fríos brazos
donde nace la caridad del último horizonte
la cáscara vacía que relató Fedón
sin virtud o contrario»


18 febrero, 2012 Posted by | Mirando el Mundo | , , , , , , , , , , , | 10 comentarios

Fernando Pessoa

Fernando Pessoa (1888 – 1935), comerciante, periodista… y, sobre todo, uno de los grandes escritores de la literatura europea.

17 febrero, 2012 Posted by | Palabras con luz | , , , | 10 comentarios

Ícaro o los sueños

Lentas pasean sus manos sobre el pequeño cofre de madera. Saborean cada beta oscurecida de cansancio, cada grieta de tiempo ido; leen los restos de memoria que se adivinan en aquellos mil inconmensurables tesoros que un día reposaron en sus entrañas.

Mientras, el palio de damas errantes se derrama. Pero noche y día, oscuridad o luz, ya no viven en su conciencia, quedaron desterradas tiempo atrás. ¿Cuándo?, Ícaro no lo recuerda, apenas son vaga ilusión oculta entre alas rotas de las mariposas muertas que habitan sus parpados. Ya casi no recuerda aquellos días en los que Dédalo convertía la nobleza de venerables árboles en joyas que recorrerían el mundo y el tiempo, y él, con jóvenes manos carentes de destreza y henchidas de fuego, se afanaba en una cajita que a buen seguro el futuro amable y amplio llenaría de tesoros. En esos días sus manos se endurecían de pino, abeto y cedro, y su mirada ardía de sueños.

Ahora todo aquel orgullo se esparce a sus pies convertido en serrín, en las astillas que silencian los pasos mientras los días se persiguen iguales acompañados por el sordo y persistente ruido del tiempo inasible. Ícaro ya no quiere soñar. El gran Minos encadenó sus sueños, los encerró entre los graves muros del laberinto de la vida. Allí murieron. Teseo podría haberlos salvado, le debía casi un corazón, pero nunca volvió con su brújula de deseos; conjuró sus días en los ojos de Ariadna y enterró el heroísmo en soleadas tardes de domingos. No, Teseo nunca volvió, nunca volverá.

Cada mañana… ¿o es cada noche?… Ícaro no lo sabe… tampoco le importa. Sólo le importa recoger las plumas enterradas entre los escombros que las afiladas olas van dejando, el regalo del mar. Siempre ha amado el mar. De allí, en tiempos acortados, le llegaban trozos de madera que albergaban increíbles tesoros en su interior. Mimaba, acariciaba con el alma, cada uno de esos trozos, y la vida vivía en ellos, y la vida le penetraba la piel, y así la vida le llegaba del mar. Ahora, como fantasma errante sin mirada, vacío de latidos, con matemático gesto recoge una a una las plumas marchitas, oscurecidas de alquitrán y olvido, y las va guardando en su cajita, tiempo tras tiempo. Ícaro ya no sueña, pero en su memoria aún habita alguna traza de sus habilidades de antaño, del manual pragmático que, cual senda recta y exacta, guiaba sus manos. Aún en esa profunda memoria un pequeño fuego, apenas una diminuta llamita, alimenta y hace vivir una persistente idea.

Se derrama el manto de damas errantes, y sus ojos caminan esas betas de madera, esas venas de sangre, tan cansadas ambas, tan viejas. Una lágrima despierta y se aventura desde lo más profundo de su ser, ascendiendo desde las oscuras cuevas del tiempo, aferrándose con uñas y dientes, desgarrando los conductos del alma, lenta, muy lenta, hasta encaramarse triunfal a la mirada. Y en la joven y tersa superficie de esa lágrima brilla la idea, el centro, aquello que es, que siempre fue… unas alas compañeras de la brisa del mar, el sueño de Ícaro, el Mar de Ícaro.

Recogeremos albas infinitas,
las que duermen al astro en la palmera,
las que prenden el trino en las alondras
y levantan el sueño de las selvas

¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas!

Julia de Burgos

9 febrero, 2012 Posted by | Los Cuentos del Mar | , , , , , , , , , | 8 comentarios

Día 5, Febrero de 2012

Instantáneas

Si la maltratas, la nieve se oscurece… como el alma
La ciudad vive sola toda la noche, fría y sola… como…
El puente a una catedral es liviano… como el hilo de la palabra
Desayunar con un arpa es latir… como exprimir melodías de una naranja
Una lágrima es una montaña… como el peso de una montaña
Caminar es ir hacia delante… como amar es vivir hacia delante
Soñar es imaginar un camino… como una cálida mirada en la mañana recién nacida… como…
Hace frío, mucho frío… ¿de dónde viene tanto frío? ¿Se irá?

Memoria

…de la suma de instantes en que creces,
del círculo de imágenes del año,
retengo un mes de espumas y de peces,

y bajo cielos líquidos de estaño
tu cuerpo que en la luz abre bahías
al oscuro oleaje de los días…

… te sueño, a esa hora en que el sol es sólo una promesa bajo tus párpados…

Nombras el cielo, niña.
Y las nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.

Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.

…nombras mi nombre, niña… y una lágrima se apresura a mirarte…

Y siento que a mi lado
no eres tú la que duerme,
sino la niña aquella que fuiste
y que esperaba que durmieras
para volver y conocerme.

¡Oye niña!… ¿aún no sabes lo que por ti mi corazón derrama?…

Al cerrar los ojos
los abro dentro de tus ojos.

(Octavio Paz)


» Recuerda, amor,
bajo el verde palio renovado
un banco espera cada tarde,
adormecido en el secreto susurro
de palabras esculpidas en aire»


5 febrero, 2012 Posted by | Mirando el Mundo | , , , , , , , , , , , , | 11 comentarios

Hermann Hesse

Hermann Karl Hesse (1877 – 1962), escritor suizo de origen alemán, Premio Nobel de Literatura en 1946.

1 febrero, 2012 Posted by | Palabras con luz | , , | 4 comentarios