Ícaro o los sueños
Lentas pasean sus manos sobre el pequeño cofre de madera. Saborean cada beta oscurecida de cansancio, cada grieta de tiempo ido; leen los restos de memoria que se adivinan en aquellos mil inconmensurables tesoros que un día reposaron en sus entrañas.
Mientras, el palio de damas errantes se derrama. Pero noche y día, oscuridad o luz, ya no viven en su conciencia, quedaron desterradas tiempo atrás. ¿Cuándo?, Ícaro no lo recuerda, apenas son vaga ilusión oculta entre alas rotas de las mariposas muertas que habitan sus parpados. Ya casi no recuerda aquellos días en los que Dédalo convertía la nobleza de venerables árboles en joyas que recorrerían el mundo y el tiempo, y él, con jóvenes manos carentes de destreza y henchidas de fuego, se afanaba en una cajita que a buen seguro el futuro amable y amplio llenaría de tesoros. En esos días sus manos se endurecían de pino, abeto y cedro, y su mirada ardía de sueños.
Ahora todo aquel orgullo se esparce a sus pies convertido en serrín, en las astillas que silencian los pasos mientras los días se persiguen iguales acompañados por el sordo y persistente ruido del tiempo inasible. Ícaro ya no quiere soñar. El gran Minos encadenó sus sueños, los encerró entre los graves muros del laberinto de la vida. Allí murieron. Teseo podría haberlos salvado, le debía casi un corazón, pero nunca volvió con su brújula de deseos; conjuró sus días en los ojos de Ariadna y enterró el heroísmo en soleadas tardes de domingos. No, Teseo nunca volvió, nunca volverá.
Cada mañana… ¿o es cada noche?… Ícaro no lo sabe… tampoco le importa. Sólo le importa recoger las plumas enterradas entre los escombros que las afiladas olas van dejando, el regalo del mar. Siempre ha amado el mar. De allí, en tiempos acortados, le llegaban trozos de madera que albergaban increíbles tesoros en su interior. Mimaba, acariciaba con el alma, cada uno de esos trozos, y la vida vivía en ellos, y la vida le penetraba la piel, y así la vida le llegaba del mar. Ahora, como fantasma errante sin mirada, vacío de latidos, con matemático gesto recoge una a una las plumas marchitas, oscurecidas de alquitrán y olvido, y las va guardando en su cajita, tiempo tras tiempo. Ícaro ya no sueña, pero en su memoria aún habita alguna traza de sus habilidades de antaño, del manual pragmático que, cual senda recta y exacta, guiaba sus manos. Aún en esa profunda memoria un pequeño fuego, apenas una diminuta llamita, alimenta y hace vivir una persistente idea.
Se derrama el manto de damas errantes, y sus ojos caminan esas betas de madera, esas venas de sangre, tan cansadas ambas, tan viejas. Una lágrima despierta y se aventura desde lo más profundo de su ser, ascendiendo desde las oscuras cuevas del tiempo, aferrándose con uñas y dientes, desgarrando los conductos del alma, lenta, muy lenta, hasta encaramarse triunfal a la mirada. Y en la joven y tersa superficie de esa lágrima brilla la idea, el centro, aquello que es, que siempre fue… unas alas compañeras de la brisa del mar, el sueño de Ícaro, el Mar de Ícaro.
Recogeremos albas infinitas,
las que duermen al astro en la palmera,
las que prenden el trino en las alondras
y levantan el sueño de las selvas
¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas!
Julia de Burgos
las alas sin plomo para volar, y si es sobre el mar mejor, a mi también me fascina y cada lágrima derramada es una emoción del alma, yo cuando quieras te invito a mi castillo de arena…
uffffff.. me has dejado sin palabras, y mira que eso es dificil.. sencillmante precioso
…cada lágrima derramada es una emoción del alma… pero algunas, en su vuelo a la mirada, van arrancando trocitos del ser.
Un castillo de arena… bonita invitación… ¿cuál es el camino?
Gracias por tus huellas, son geniales
En cada alba desharemos juntos
este poema exaltado de la espera,
y detendremos de emoción al mundo
al regalo nupcial de auroras nuestras.
¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas!
Un abrazo.
«Cuando regreses, rodará en mi rostro
la enternecida claridad que sueñas…»
Es un precioso poema…
Un abrazo
Estimado Juan,
Cuando vengo a verte me vuelvo a casa con el corazón lleno de riqueza.
Cuántos tesoros encierra esta frase:
¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas!
Gracias.
Un abrazo.
Montserrat
Ya habíamos aprendido que Julia de Burgos deja casi todo en sus palabras, tanto…
Gracias a ti por dejar tu brillo también en estas sendas.
Un beso
Querido amigo quería decirte que en estos meses he tenido que dejar de lado mi blog para ocuparme de alguien que estaba enfermo; gracias a dios todo va mejor, espero reencontrarme de nuevo con tus letras queridas.
Pensaba que te habías cansado de recorrer otras sendas, que habías cerrado las puertas al viento. No imaginas cuánto me alegra que sigas recorriendo los caminos con esas palabras de aire.
También me alegro de que esos males se hayan aliviado un algo.
Un abrazo, mi estimado José