El jardinero – Cuento 1
El servidor: ¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!
La Reina: Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?
El servidor: Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.
La Reina: ¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde?
El servidor: Hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: ¿Qué locura es ésta?
El servidor: Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: ¿Y en qué consistirá tu servicio?
El servidor: En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.
La Reina: ¿Y cuál será tu recompensa?
El servidor: Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.
La Reina: Tus ruegos han sido escuchados. Serás el jardinero de mi jardín.
Rabindranath Tagore
(El jardinero)
«Rojo en el pecho
Las estrellas se duermen
El Sueño ríe»
Mar en los sentidos
De fortuna brisa a labios llegada,
fuese caricia en la noche callada,
que tus besos en su vuelo trajese,
y de rojos a este sueño vistiese.
O de ventura al sentido hambriento,
del día tu voz fuese encantamiento,
que un susurro a mi corazón clavase,
y de memoria mil días llenase.
A mis sentidos, el mar, su consuelo,
de caricias vestidas de amapolas,
en la incesante danza de sus olas.
A mis sentidos, el mar, un sueño,
de tesoros y sendas por descubrir,
y en sus aguas, el aire para vivir.
Hoy anda mi caricia
derribada, tendida,
sobre un inmenso azul de sueños con mañana.
Soy ola de abandono,
y tus playas ya saltan certeras, por mis lágrimas.
Julia de Burgos
Arraigadas convicciones
“…el individuo filtra los mensajes a través de los nodos que constituyen sus propósitos conscientes, y éstos se conforman, necesariamente, con aquellas pautas individuales y sociales preponderantes en la sociedad.
El fenómeno de la formación de hábitos escoge las ideas que sobreviven al uso reiterado y las coloca en una categoría más o menos separada. Estas ideas merecedoras de confianza quedan disponibles para el uso inmediato sin una nueva inspección minuciosa, en tanto que las partes de la mente pueden reservarse para usarse en asuntos nuevos.
En otras palabras, la frecuencia del uso de una determinada idea se convierte en un determinante de su existencia; y más allá de eso, la supervivencia de una idea usada con frecuencia es promovida por el hecho de que la formación de hábitos tiene tendencia a sacar la idea del campo de la inspección crítica.
Normalmente, las ideas que sobreviven al uso repetido son las más generalizadas y abstractas. De este modo, las ideas más generalizadas tienden a convertirse en premisas de las que dependen otras ideas. Estas premisas se vuelven relativamente inflexibles. Pero la frecuencia de validación de una idea dentro de un determinado corte temporal no equivale a una prueba de que la idea sea verdadera o pragmáticamente útil durante un largo período de tiempo. Podría ocurrir, como así creemos que pasa, que diversas premisas profundamente insertadas en nuestros estilos de vida sean sencillamente falsas o insostenibles, y que se vuelvan patológicas cuando se generalizan y se las instrumenta con técnicas modernas.”
Salvador Rueda Palenzuela, licenciado en Ciencias Biológicas y en Psicología, diplomado en Ingeniería Ambiental y en Gestión Energética.
Texto extraído del artículo «Habitabilidad y calidad de vida», de Salvador Rueda.
Día 2, Junio de 2012
Instantáneas
La piedra a veces canta, la piedra a veces llora.
Un violín siempre llora en una catedral de aire. En otra catedral de aire.
El silencio del agua, el silencio del tiempo, el silencio en el fuego.
El silencio es como un tejado inacabado.
La palabra, la duda; el tiempo, la duda; el verbo, sin dudas.
El fuego nada puede contra el tiempo.
¿Cuánto tiempo cabe en un cuartito oscuro?… tanto como silencio en un tejado inacabado.
Extraerlo requeriría una cirugía de resultado incierto. El corazón no la soportaría.
Memoria
Entre murmullo y sonrisa temblaba lo indeciso,
se movía entre música y palabra.
¡Delicia del instante fugitivo y sin cuerpo!
¡Dulcísima tristeza recordarlo flotando!
Con voz de tarde llora un violín. Es tan cálido, tan ágil… Es tan triste…
¡La vida, sí, la vida misma!
Pálido y alto, callado,
la miro pasar llorando.
Y algo líquido se asoma a lo inmediato, al silencio del tiempo…
La luna es una ausencia
de cuerpos en la nieve;
el mar, la afirmación
de lo total presente.
¡Adiós, pájaros altos,
instantes que no vuelven!
¡Cuánto amor en la tarde
que se me va y se pierde!
Cuánto tiempo, cuántas palabras duermen en un cuartito oscuro…
Entre la vida y el sueño
sube y baja el silencio.
Como las quebradas olas de un tejado inacabado…
(Gabriel Celaya)
“Como en aquel tonto muñeco de la mañana
y su flor atenazada en el tiempo.
Sólo vive el ruidoso silencio del vacío «