Sendas en el Margen

Un lugar de palabras…

Ana Mª Matute

Ana Mª Matute (1925 – 2014). Con su imaginación nos obligó a soñar… “El que no inventa, no vive”


AMMatute

«Oíd, criaturas del agua: va a comenzar el Gran Viaje. Prestad atención, pues raramente podemos presenciar tan preciosa y difícil huida».

El océano hinchó, a salvajes y doloridos lamentos, las velas listadas en blanco y oro, y blanco y verde; y zarparon las naves, al fin: allí estaban su tablero de damas, sus copas de vidrio azul y la cinta que, a veces, Tontina se enrollaba al índice, cuando quedaba pensativa.

Todas las criaturas lacustres, fluviales y marítimas abandonaron sus palacios de nácar, o de musgo, o de hielo, y acudieron a ver cómo las naves de Predilecto y Tontina afluían a una misma vena marítima. Y así, con solemnidad suboceánica, chocaron y se partieron en miles de diminutas y relucientes astillas: saltó la quilla, la vela y el mástil; rodaron al fondo del mar los escudos pintados, las copas de oro, las piezas de ajedrez, los collares y los emblemas. Sus cuerpos se desprendieron y flotaron, y vinieron a chocar uno con otro, igual que las proas de sus naves. Y alzaron éstas la cabeza, y los dragones de oro tuvieron una última mirada mineral antes de hundirse en el cieno y retornar a lo que fueran: huellas, espectros de naves y de reyes, de batallas y de muerte sinnúmero.

Pero no así Tontina y Predilecto: pues en el espeso lamento del mar, se agitaron cada una de las dos mitades de una sola piedra, horadada y azul; y así, como se cierran las dos hojas de la concha, se ajustaron una sobre otra, tan herméticas como el nácar de las perlas, sobre aquel orificio único, por donde el mundo, acaso, pudiera atisbarse, un día, hermoso. Y cada una de las dos mitades iba indestructiblemente atada al cuello de ambos muchachos.

Y arrastrados por aquella piedra, Tontina y Predilecto ascendieron en el agua y se alejaron, los cuerpos enlazados por una misma cadena y una sola piedra azul, pulida y horadada por las Raíces del Agua, unidas ya sus dos mitades.

—¿Adónde van? -dijo débilmente Ondina, mirando cómo se alejaban en el agua.

—Más allá de las regiones de Nunca y Siempre, donde residen los ecos y las huellas de la Luz, y los reflejos engañosos del mundo…

Ana Mª Matute (Olvidado Rey Gudú)


28 junio, 2014 Posted by | Palabras con luz | , , , , , , | 3 comentarios

El negrito de los ojos azules

Ojos azules



Una noche nació un niño.

Supieron que era tonto porque no lloraba y estaba negro como el cielo. Lo dejaron en un cesto, y el gato le lamía la cara. Pero, luego, tuvo envidia y le sacó los ojos. Los ojos eran azul oscuro, con muchas cintas encarnadas. Ni siquiera entonces lloró el niño, y todos lo olvidaron.

El niño crecía poco a poco, dentro del cesto, y el gato, que le odiaba, le hacía daño. Mas él no se defendía, porque era ciego.

Un día llegó a él un viento muy dulce. Se levantó, y con los brazos extendidos y las manos abiertas, como abanicos, salió por la ventana.

Fuera, el sol ardía. El niño tonto avanzó por entre una hilera de árboles, que olían a verde mojado y dejaban sombra oscura en el suelo. Al entrar en ella, el niño se quedó quieto, como si bebiera música. Y supo que le hacían falta, mucha falta, sus dos ojos azules.

Eran azules -dijo el niño negro-. Azules, como chocar de jarros, el silbido del tren, el frío. ¿Dónde estarán mis ojos azules? ¿Quién me devolverá mis ojos azules?

Pero tampoco lloró, y se sentó en el suelo. A esperar, a esperar.

Sonaron el tambor y la pandereta, los cascabeles, el fru-fru de las faldas amarillas y el suave rastreo de los pies descalzos. Llegaron dos gitanas, con un oso grande. Pobre oso grande, con la piel agujereada. Las gitanas vieron al niño tonto y negro. Le vieron quieto, las manos en las rodillas, las cuencas de los ojos rojas y frescas, y no le creyeron vivo. Pero el oso, al mirar su cara negra, dejó de bailar. Y se puso a gemir y llorar por él.

Las gitanas hostigaron al animal: le pegaron, y le maldijeron sus palabras de cuchillo. Hasta que sintieron en el espinazo un aliento de brujas y se alejaron, con pies de culebra. Ataron una cuerda al cuello del oso y se lo llevaron a rastras, llenos de polvo.

Cayeron todas las hojas de los árboles, y, en lugar de la sombra, bañó al niño tonto el color rojo y dorado. Los troncos se hicieron negros y muy hermosos. El sol corría carretera adelante cuando apareció, a lo lejos, un perro color canela que no tenía dueño. El niño sintió sus pasos cerca y creyó oír que le daba vueltas a la cola como un molino. Pensó que estaba contento.

Dime, perro sin amo, ¿viste mis dos ojos azules?

El perro puso las patas en sus hombros y lamió su cabeza de uvas negras. Luego, lloró amargamente, muy largamente. Sus ladridos se iban detrás del sol, ya escondido en el país de las montañas.

Cuando volvió el día, el niño dejó de respirar. El perro, tendido a sus pies toda la noche, derramó dos lágrimas. Tintinearon, como pequeñas campanillas. Acostumbrado a andar en la tierra, con las uñas hizo un hondo agujero que olía a lluvia y a gusanitos partidos, a mariquitas rojas punteadas de negro. Escondió al niño dentro. Bien escondido, para que nadie, ni los ocultos ríos, ni los gnomos, ni las feroces hormigas, le encontraran.

Llegó el tiempo de los aguaceros y del aroma tibio, y florecieron dos miosotis gemelos en la tierra roja del niño tonto y negro.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

26 noviembre, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , | 18 comentarios

El hijo de la lavandera

Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia.

Al niño de la lavandera un día lo bañó su madre en el barreño, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

8 mayo, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , | 19 comentarios

Mar

Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas. Pobre niño, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que curaba, detrás de sus gafas. “El mar -dijo-; el mar, el mar”. Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar del mar. Tenían una prisa muy grande. El niño se figuró que el mar era como estar dentro de una caracola grandísima, llena de rumores, cánticos, voces que gritaban muy lejos, con un largo eco. Creía que el mar era alto y verde.

Pero cuando llegó al mar se quedó parado. Su piel, ¡qué extraña era allí! -“Madre -dijo, porque sentía vergüenza-, quiero ver hasta dónde me llega el mar”.

Él, que creyó al mar alto y verde, lo veía blanco, como el borde de la cerveza, cosquilleándole, frío, la punta de los pies.

“¡Voy a ver hasta donde me llega el mar!” . Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!, crecía, se volvía azul, violeta. Le llegó a las rodillas. Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos. Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color. ¡Ah, sí, por fin, el mar era verdad! Era una grade, inmensa caracola. El mar, verdaderamente, era alto y verde.

Pero los de la orilla no entendían nada de nada. Encima, se ponían a llorar a gritos, y decían: “¡Qué desgracia! ¡Señor, qué gran desgracia!”.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

14 diciembre, 2012 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , | 17 comentarios

Polvo de carbón

La niña de la carbonería tenía polvo negro en la frente, en las manos y dentro de la boca. Sacaba la lengua al trozo de espejo que colgó en el pestillo de la ventana, se miraba el paladar, y le parecía una capillita ahumada. La niña de la carbonería abría el grifo que siempre tintineaba, aunque estuviera cerrado, con una perlita tenue. El agua salía fuerte, como chascada en mil cristales contra la pila de piedra. La niña de la carbonería abría el grifo de agua los días que entraba el sol, para que el agua brillara, para que el agua se triplicase en la piedra y en el trocito de espejo. Una noche, la niña de la carbonería despertó porque oyó a la luna rozando la ventana. Saltó precipitadamente del colchón y fue a la pila donde a menudo se reflejaban las caras negras de los carboneros. Todo el cielo y toda la tierra estaban llenos, embadurnados del polvo negro que se filtra por debajo de las puertas, por los resquicios de las ventanas, mata a los pájaros y entra en las bocas tontas que se abren como capillitas ahumadas. La niña de la carbonería miró a la luna con gran envidia.

«Si yo pudiera meter las manos en la luna», pensó. «Si yo pudiera lavarme la cara con la luna, y los dientes y los ojos».

La niña abrió el grifo y, a medida que el agua subía, la luna bajaba, bajaba, hasta chapuzarse dentro. Entonces la niña la imitó. Estrechamente abrazada a la luna, la madrugada vio a la niña en el fondo de la tina.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

14 agosto, 2012 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , | 18 comentarios

La niña fea

La niña tenía la cara oscura y los ojos como endrinas. La niña llevaba el cabello partido en dos mechones, trenzados a cada lado de la cara. Todos los días iba a la escuela, con su cuaderno lleno de letras y la manzana brillante de la merienda.

Pero las niñas de la escuela le decían: «Niña fea»; y no le daban la mano, ni se querían poner a su lado, ni en la rueda ni en la comba: «Tú vete, niña fea». La niña fea se comía la manzana, mirándolas desde lejos, desde las acacias, junto a los rosales silvestres, las abejas de oro, las hormigas malignas y la tierra caliente de sol. Allí nadie le decía: «Vete».

Un día, la tierra le dijo: «Tú tienes mi color». A la niña le pusieron flores de espino en la cabeza, flores de trapo y de papel rizado en la boca, cintas azules y moradas en las muñecas. Era muy tarde, y todos dijeron: «Qué bonita es».

Pero ella se fue a su color caliente, al aroma escondido, al dulce escondite donde se juega con las sombras alargadas de los árboles, flores no nacidas y semillas de girasol.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

“Nace un suspiro
en la noche de luna
huida del miedo.
Se apaga la montaña,
y su fuego se duerme…”

1 mayo, 2012 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , | 11 comentarios