Sendas en el Margen

Un lugar de palabras…

Pandora o la levedad

Es en Otoño cuando con mayor claridad puede apreciarse. Y si los hombres no estuviesen encadenados a los sufrimientos que con tanto esfuerzo arrastran, y si pudiesen elevar la mirada por un solo instante, allí la verían. Con sus ropajes de fría y leve brisa, apenas posada en una rama, arrebatándole sus hojas que como gotas caen y se deshacen, mientras ella, ajena siempre, eleva su vuelo sin dejar más rastro que lo que pareciese la natural tragedia del tiempo.

Pandora nació del fuego, ajena a él; ajena a tantas cosas, nació del fuego. Fue Prometeo, quien al robar ese fuego que los dioses hurtaban a los humanos, urdió los designios del sufrimiento de los hombres.

Pocos ya recuerdan como el dispuesto e incansable Hefesto cumplió el malhadado mandato, y de simple barro modeló la figura. Y pareciéndole hermosa pero incompleta, a cada uno de los dioses pidió derramasen sus gracias sobre ella.

Insuflada de las gracias concedidas, Pandora siempre ha mirado al mundo como a un regalo más puesto a sus pies por esos mismos dioses, un mundo de tesoros donde todo le pertenece y le basta extender su delicada mano para arrebatarlos de sus lugares y convertirlos en el fugaz motivo de sus entretenimientos. Incluso aquel ánfora prohibida, regalo del mismísimo Zeus, no significó más que otro juguete para saciar su curiosidad apenas por un instante.

Que distinto habría sido el destino de los hombres si la tarea de velar por esa prohibición hubiese sido encomendada al poderoso Prometeo, pero estaba encadenado en las heladas cumbres del mundo. Fue el débil y descuidado Epimeteo quien la asumió y, lleno de recuerdos que debían acrecentar el conocimiento de los hombres, pronto se volcó en sus enseñanzas desatendiendo el cuidado del ánfora.

En esa madrugada de los tiempos, los hombres casi nada sabían. Aún hoy no lo saben. Siguen viviendo el sueño de unos dioses ya perdidos, como niños enredados en sus simples juegos, ignorantes de los hilos de un destino escrito con fuego. Nada saben de la levedad de Pandora, del tupido y sensual velo de mentiras urdido en la soledad de sus días. Porque Pandora, por encima de cualquier otro acto, miente, y en la huida urde su propia justificación.

Dicen que en el preciso instante en que Pandora levantó la tapa del ánfora, una profunda obscuridad nació de su interior cubriendo toda la tierra mientras los hombres caían de rodillas paralizados, como si un enorme peso se hubiese asentado en sus hombros infligiendo tal dolor que un grito grande y unánime recorrió los rincones del mundo.

Pero, una vez más, Pandora fue ajena a todo aquel horror. Se limitó a cerrar el ánfora, como sigue haciendo cada noche cuando la oscuridad nace. Sí, Pandora abandonó para siempre un mundo de dioses que no aplacaba su grande hastío, y se mezcló entre los mortales con su eterno disfraz de brisa y su velo de mentiras, y entre todos ellos, la única que no arrastra sufrimientos.

A veces se despoja de su disfraz y puede vérsela en la forma en que se la concibió; de una feminidad y hermosura como sólo las ágiles y habilidosas manos de su creador alguna vez pudieron engendrar. Es entonces cuando más dolor siembra, porque Pandora sólo está interesada en su propio deleite, y gusta de tomar de los hombres aquello que más atesoran, el fuego que les arde en su interior y que nace de la fábrica de sus esperanzas. Arrancada, esa llamita necesita alimentarse de una mirada limpia y verdadera pero, posada en el cuenco de la mano de Pandora, sólo encuentra unos ojos vacíos que se divierten con la agonizante danza hasta que, en su última derrotada y agónica espiral, se consume en fugaz y fúnebre velo apenas sueño de lo que ese fuego deseó haber sido.

Concluida la tragedia, y siempre ajena al devenir del hombre ya deshabitado de esperanza, desinteresada, Pandora alza de nuevo su vuelo en búsqueda de otro fugaz tesoro con el que calmar su insaciable tedio.

Y así sigue y seguirá, en su eterno e indolente juego, ajena a los males y el pesar de los hombres. Es en la tarde de Otoño cuando el fatigado caminante mejor puede verla, apenas posada en una frágil rama mientras abre el ánfora, rebusca en su interior por un instante e, indiferente, vuelve a cerrarla huyendo un día más, dejando tras de sí sólo lo que pareciese la natural tragedia del tiempo.

Porque, entre ser la diosa Pandora o vivir en la levedad de una eternidad sin recuerdos ni huellas, Pandora ya eligió en el amanecer de los tiempos.

“Quiso cantar, cantar
Para olvidar
Su vida verdadera de mentiras
Y recordar
Su mentirosa vida de verdades.”

Octavio Paz


30 enero, 2021 Posted by | Los Cuentos del Mar | , , , , , , , | Deja un comentario

Sonrisa de Madera


Entre las hebras de la noche teje la araña
y con sordo rumor hurga las ajadas telas
emponzoñados queliceros que en la ansiedad se clavan
atesorando esqueletos de los sueños muertos

De un sueño a otro sueño sólo hay huesos y alas rasgadas
náufragas miradas en sus ondeantes trozos
ocres sudarios de sonrisas y caricias desdeñadas

Donde la mariposa blanca descansa
se agita el olvidado pálpito
y vuelve a empaparse el reseco muro
con cada gota en su exacto y vertical ascenso

Con su estúpida sonrisa de madera
el muñeco se aferra a los huesos de la memoria grande
tan nítido el hilo que ciñe las voluntades
tan escasa aquella luz medida en veces

Por la rendijas de la ventana se le escurre la noche
de un sueño a otro sueño sólo habitan las rasgadas alas
y una estúpida sonrisa en madera tallada


3 octubre, 2019 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , | 3 comentarios

La Niña Flor

Siempre esperaban con gran expectación el momento en que la profesora de matemáticas la llamaba para resolver el enorme problema, que en extraños símbolos como hormigas, desfilaba por la inabarcable pizarra, y era entonces cuando, con un desordenado y malicioso estruendo, un estallido de risas espinosas arañaba a la niña pequeña.

La niña pequeña era más pequeña que los demás niños. Ella se esforzaba andando sobre las puntitas de sus tímidos pies, o estirando el cuellecito hasta desorbitar la primavera de sus pestañas. Pero a pesar de ello, la niña pequeña siempre había sido más pequeña que los demás niños.

A veces, tras el picor de aquellas risas, a la niña pequeña le gustaba sentarse bajo el viejo y cansado olmo. El viejo y cansado olmo era grande y no se reía, la sombra redonda y verde que le llovía calmaba sus picores. Allí no sentía necesidad de auparse sobre las puntitas de sus pies o de estirar su cuellecito hasta que los ojos le doliesen; allí era sólo una niña pequeña.

Cada noche, envuelta en el calor de la cocina, su madre dulcemente se afanaba sobre ella en el abrigado balde de hojalata, y entre manopla, jabón y arrullo le decía:

– ¡Ay, mi niña pequeña! ¡Ay, mi niña flor! Las flores pequeñitas son las más sutiles y hermosas. Como tú, mi preciosa niña flor

Una tarde llena de picores, bajo el viejo olmo, la niña pequeña con sus pequeñas manos hizo un pequeño agujero, metió allí sus tímidos pies y los cubrió de verde mojado. Entonces, elevando una sonrisa grande a la oscura fronda, dijo:

– ¿Ves? Soy una pequeña y preciosa flor

La mañana la encontró allí, pequeña y quieta, como una flor; su corazoncito, como el de una pequeña flor, se había acompasado al lento latir de la tierra.

31 julio, 2018 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , | Deja un comentario

El negrito de los ojos azules

Ojos azules



Una noche nació un niño.

Supieron que era tonto porque no lloraba y estaba negro como el cielo. Lo dejaron en un cesto, y el gato le lamía la cara. Pero, luego, tuvo envidia y le sacó los ojos. Los ojos eran azul oscuro, con muchas cintas encarnadas. Ni siquiera entonces lloró el niño, y todos lo olvidaron.

El niño crecía poco a poco, dentro del cesto, y el gato, que le odiaba, le hacía daño. Mas él no se defendía, porque era ciego.

Un día llegó a él un viento muy dulce. Se levantó, y con los brazos extendidos y las manos abiertas, como abanicos, salió por la ventana.

Fuera, el sol ardía. El niño tonto avanzó por entre una hilera de árboles, que olían a verde mojado y dejaban sombra oscura en el suelo. Al entrar en ella, el niño se quedó quieto, como si bebiera música. Y supo que le hacían falta, mucha falta, sus dos ojos azules.

Eran azules -dijo el niño negro-. Azules, como chocar de jarros, el silbido del tren, el frío. ¿Dónde estarán mis ojos azules? ¿Quién me devolverá mis ojos azules?

Pero tampoco lloró, y se sentó en el suelo. A esperar, a esperar.

Sonaron el tambor y la pandereta, los cascabeles, el fru-fru de las faldas amarillas y el suave rastreo de los pies descalzos. Llegaron dos gitanas, con un oso grande. Pobre oso grande, con la piel agujereada. Las gitanas vieron al niño tonto y negro. Le vieron quieto, las manos en las rodillas, las cuencas de los ojos rojas y frescas, y no le creyeron vivo. Pero el oso, al mirar su cara negra, dejó de bailar. Y se puso a gemir y llorar por él.

Las gitanas hostigaron al animal: le pegaron, y le maldijeron sus palabras de cuchillo. Hasta que sintieron en el espinazo un aliento de brujas y se alejaron, con pies de culebra. Ataron una cuerda al cuello del oso y se lo llevaron a rastras, llenos de polvo.

Cayeron todas las hojas de los árboles, y, en lugar de la sombra, bañó al niño tonto el color rojo y dorado. Los troncos se hicieron negros y muy hermosos. El sol corría carretera adelante cuando apareció, a lo lejos, un perro color canela que no tenía dueño. El niño sintió sus pasos cerca y creyó oír que le daba vueltas a la cola como un molino. Pensó que estaba contento.

Dime, perro sin amo, ¿viste mis dos ojos azules?

El perro puso las patas en sus hombros y lamió su cabeza de uvas negras. Luego, lloró amargamente, muy largamente. Sus ladridos se iban detrás del sol, ya escondido en el país de las montañas.

Cuando volvió el día, el niño dejó de respirar. El perro, tendido a sus pies toda la noche, derramó dos lágrimas. Tintinearon, como pequeñas campanillas. Acostumbrado a andar en la tierra, con las uñas hizo un hondo agujero que olía a lluvia y a gusanitos partidos, a mariquitas rojas punteadas de negro. Escondió al niño dentro. Bien escondido, para que nadie, ni los ocultos ríos, ni los gnomos, ni las feroces hormigas, le encontraran.

Llegó el tiempo de los aguaceros y del aroma tibio, y florecieron dos miosotis gemelos en la tierra roja del niño tonto y negro.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

26 noviembre, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , | 18 comentarios

El anillo de cristal


Caminar en el aire, sobre el aire
vereda de un instante

En el anillo matemático
la imagen es exacta
se agranda la memoria
y la distancia no importa
Orilla el aire en un anillo de cristal

Sutil y breve engaño
la soledad se enajena de fronteras
devora como las olas de Estigia
en una moneda infinitas albas rojas
en la otra el inasible verbo grande

Es el camino lento
espera sin consuelo
como en una estación dormida
donde al mundo le tiemblan las piernas
en el brillo inútil de raíles asustados

Asustados
no por la distancia
sí por el tiempo que no entiende
fuera de un anillo de cristal


22 octubre, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , , , , , , | 10 comentarios

Poema 18 – Pablo Neruda


Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.

Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.

O la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.

Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
Y como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.


16 septiembre, 2013 Posted by | Poesía Extraordinaria | , , , , , , , , , , , | 10 comentarios

El hijo de la lavandera

Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia.

Al niño de la lavandera un día lo bañó su madre en el barreño, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.

Ana Mª Matute (Los niños tontos)

8 mayo, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , | 19 comentarios

Palabras


Noche callada
las palabras son
están despiertas
bajaron de la tarde amplia
nacieron del aire para buscar tus días
para volar los hilos de tu mirada grande

Te buscaron
Y te encontraron donde siempre habitas
volteando mi tiempo
encendiendo mis ríos
abismando mi memoria
Es todo piel
Las palabras son todo piel
Entre tus ojos y mis ojos hay un instante
Entre tu latido y el mío sueñan las albas

Son mañana y tarde mis palabras
son tus manos de danza
tu larga risa y tu pecho tímido
tus ingenuos ojos de agua
tu rostro de hora temprana
Todo piel son nuestras palabras

Pero hoy se estremecen de urgencia
adivinando calles de sembrado olvido
noches sin mañana
caricias asoladas
En un beso muere la luz del día
errante arena de mar alejada
en duro silencio cae y te reclama

Noche callada
Todo se repite
Todo
Toda la piel de nuestras palabras


1 mayo, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , , , , , , | 12 comentarios

Un pequeño cuartito

Se cuenta que en un remoto y deshabitado lugar, vivía un hombre que un día descubrió una grieta en su corazón. Nuestro preocupado amigo no sabía cómo podía haberle ocurrido algo así, a él, que hacía tiempo se había olvidado de tan inútil órgano dado su incierto uso. Acostumbrado a prescindir de él, pensaba que tanto calor y luz allí adentro no podía ser cosa buena, algo se lo decía desde sus recuerdos, y que debía encontrar una rápida solución para resolver aquel extraño inconveniente.

Nuestro hombre gustaba de entretener sus artes manuales con cualquier asunto que le consumiese los tiempos. Así pues, con todo su empeño, armado de sus artes y de los escasos materiales que en tan remoto lugar consiguió reunir, a esa tarea se encomendó. Recomponer su maltrecho corazón.

Lo primero era el análisis de situación, así que al corazón se dirigió, y no sin cierto temor tras sus prolongados tiempos de ausencia de aquellos espacios. Cuando entró en él, se encontró en una estancia olvidada, apenas una vaguedad de la memoria, pequeña, como un destartalado cuartito, pensó. La luz entraba sin permiso y sin perdón, revelando la escasez de acomodo y las grises capas de tiempo acumulado. Lo primero, se dijo, reparar esta grieta, tanta luz hace daño.

Con el problema ya algo más claro, la primera urgencia eran los materiales necesarios para realizar la tarea. Así, buscó y rebuscó entre sus pobres haberes hasta que poco a poco fue reuniendo todo lo que consideró adecuado para su importante obra. Entre aquellas cosas de sus días encontró un colmado saco de tristeza, un buen balde a rebosar de lágrimas, algunas pasiones que aún sobrevivían en su propio calor, una pequeña cajita de ilusiones y esperanzas y, sobre todo, mucho dolor. Pensó que aquello era más que suficiente para acometer su proyecto.

Con el colmado saco de tristeza y parte del balde de lágrimas elaboró tan espesa argamasa que hasta él quedó sorprendido de la solidez conseguida, de cómo aquella masa se agarraba a las paredes de la maltrecha carne impidiendo la entrada de la hiriente luz. No obstante, nuestro hombre, que era persona precavida y gustaba de resolver bien sus asuntos, decidió que sería acertado reforzar todas las paredes desde el interior, no fuese que aquello de la grieta se repitiese. Con el fuego de sus pasiones abrasó la ya oscura pared, que gris y dura quedó, como la piedra que sin duda en el futuro debería ser. No contento aún, después varias capas de duro dolor le dio para impermeabilizarlo y garantizar un duradero acabado, y todo el que sobró lo guardó por si el tiempo reclamaba algún nuevo apaño. Para acabar, y pensando que quizás quedaría bien algún matiz de ligero color, con las lágrimas restantes y la cajita de ilusiones y esperanzas una pintura fabricó, diluida y escasa, y que apenas le llegó, tanta era la sed que parecía tener aquella piedra.

El resultado fue asombroso. Al menos eso pensaba nuestro hombre, que orgulloso de su labor se preguntaba si no merecería la pena decorar un poco aquella pequeña estancia, quizá hasta pudiese utilizarla en días por venir.

Volvió a buscar entre sus enseres, quizá pudiese reaprovechar alguna de aquellas cosas que atesoraba. Conforme iba separando algunas de ellas, una sonrisa se dibujaba en su rostro, no sabemos si por la memoria que alimentaban aquellos objetos o por la satisfacción de encontrarles de nuevo utilidad. Esta vez eligió una buena caja de besos y suaves caricias sin usar, un puñadito de deseos, su álbum de miradas, un diario de coloridas palabras, algo de sólida ingenuidad, una telita de calidez, y montones de amor. ¿De dónde habría salido tanto amor?, se preguntaba. Ya casi se disponía a continuar su trabajo cuando encontró algo insólito, un pequeñito trozo de alegría. ¿De dónde habría salido?, no lo recordaba.

Con todas estas cosas se decidió primero por fabricar un cómodo silloncito, para ello la caja de besos y suaves caricias sería ideal. Lo pondría en el rinconcito del fondo que parecía el más cálido, y añadiría un ramillete de deseos para que resultase más acogedor, su rinconcito de sueños. Era una pena que los deseos estuviesen cerrados, nunca habían florecido. Quizá si los regaba con alguna de las lágrimas que aún sobraban puede que alguno abriese. Sí, quizás después probaría. ¿Cómo será la flor de un deseo? ¿Azul? A nuestro hombre siempre le había gustado el azul.

Acto seguido, desarmó el álbum de miradas conseguidas y conformó un mosaico con ellas, hasta la última, y con el trocito de alegría lo pulió una y otra vez hasta que el trocito se agotó. El resultado fue un extraordinario espejo de color miel que colgó en la pared frente a la puerta. Se extrañó, pues en algo parecía se había equivocado, el espejo lo reflejaba todo menos a él, ¿por qué? Pensó que más tarde debería repararlo, aunque no sabía cómo.

Animado por los resultados, tejió una tupida alfombra con todas las palabras de su diario. Blancas, rojas, azules y verdes, ninguna de ellas era negra. Muchas tenía y todas las empleó para que resultase acogedora. El resultado le emocionó, pues cuando en ella se dejaba caer, alguna de esas palabras, las más libres y leves, se soltaban en una suerte de suaves notas que se colgaban del aire. Tras colocarla a los pies del silloncito, y para alegrar el rinconcito, hizo una pequeña lámpara de dorada y tenue luz alimentada con amor, para las noches. Pensó que con tanto amor como le sobraba no tendría problema, seguro duraría más que el propio sol.

Y así llegó a su obra más preciada, de sólida ingenuidad el cuerpo, la telita de calidez en su interior y con algunas lágrimas sobrantes para guarnecerlo, un joyerito, pequeño pero hermoso, pensó. Dentro guardó sus cosas más preciadas, las que siempre llevaba en sus bolsillos. Un joyerito sin joyas pero lleno de tesoros. Se le escapó otra sonrisa.

Y así, añadiendo aquí y allá algún verso de algún tiempo, unas canciones prendidas en la memoria, una guitarra que había perdido la voz, sus libros para el rincón de ensueño y hasta lápiz y papel de algodón, nuestro hombre dio por concluida la tarea, su corazón ya estaba reparado. Y hasta tenía un nuevo uso, un espacio sólo para él, su pequeño cuartito lo llamó, un lugar para vivir.

Cuando un caminante vaga por aquellos lugares remotos y deshabitados nada encuentra, ninguna señal de nuestro hombre, lo que siempre ha arrojado serias dudas en relación a la veracidad de esta historia. Sin embargo, cuentan los viejos del lugar que hay algunos de esos caminantes que al pasar la noche al abrigo de una roca gris, creyeron sentir, más que oír, unas notas sostenidas en el aire que parecían venir del interior de la roca. Pero al comprobar la roca en la mañana vieron que era sólo eso, una sólida roca gris.


Moraleja:

Más allá de su valor literario, dudoso en este caso, es obligación de todo cuento que se precie, dejarnos una moraleja. La de éste es imprecisa sin embargo, y sólo el lector podrá adivinarla buscando en sus enseres, en sus tesoros más preciados. Quizá así, el propio lector hasta pueda aventurar una nueva forma del cuento, e incluso aportar datos en relación a la veracidad del mismo.

23 marzo, 2013 Posted by | De Texturas Inmediatas | , , , , , , , , , , , , , , , , | 18 comentarios

Poema 5 – Pablo Neruda

3 febrero, 2013 Posted by | Poesía Extraordinaria | , , , , , , , , , , , , | 16 comentarios

Poema de la íntima agonía


Este corazón mío, tan abierto y tan simple,
es ya casi una fuente debajo de mi llanto.

Es un dolor sentado más allá de la muerte.
Un dolor
esperando… esperando… esperando…

Todas las horas pasan con la muerte en los hombros.
Yo sola sigo quieta con mi sombra en los brazos.

No me cesa en los ojos de golpear el crepúsculo,
ni me tumba la vida como un árbol cansado.

Este corazón mío, que ni él mismo se oye,
que ni él mismo se siente de tan mudo y tan largo.

¡Cuántas veces lo he visto por las sendas inútiles
recogiendo espejismos, como un lago estrellado!

Es un dolor sentado más allá de la muerte,
dolor hecho de espigas y sueños desbandados.

Creyéndome gaviota, verme partido el vuelo,
dándome a las estrellas, encontrarme en los charcos.

¡Yo que siempre creí desnudarme la angustia
con solo echar mi alma a girar con los astros!

¡Oh mi dolor, sentado más allá de la muerte!
¡Este corazón mío, tan abierto y tan largo!

Julia de Burgos


27 diciembre, 2012 Posted by | Poesía Extraordinaria | , , , , , , , , | 15 comentarios

Edvard Munch, el diseccionador del alma

”Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol. De repente el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza».

La realidad es mucho más, sus matices son tan diversos como los ojos que la observan. Hay tanto oculto tras de ella, tanta realidad tras la realidad. ¿Cuántos muros debe destruir el ser humano para llegar al destierro de la ignorancia supersticiosa y establecida que promulgaba Spinoza?

“Voy a pintar la vida de personas que respiran, sienten, sufren y aman.”… y diseccionó el alma de la realidad, de sus sombras de soledad, de dolor, de miseria y angustia.

Edvard Munch , Loten 1863 – Ekely 1944, el gran diseccionador de las almas, el precursor del expresionismo.



23 noviembre, 2012 Posted by | Suavidades del Alma | , , , , , , , , | 24 comentarios