Fuegos (IX)
“Nadie sabe aún dónde echará raíces esta plantita,
y ni el mismo rocío,
que pronto habrá de abandonarla,
tiene idea de adónde irá a parar.
Y dice una criada:
¿De modo que el rocío piensa desaparecer
antes de tener conocimiento
de dónde crecerá la planta
hasta hacerse mayor?”
De la Historia de Genji
Murasaki Shikibu
El hijo de la lavandera
Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia.
Al niño de la lavandera un día lo bañó su madre en el barreño, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.
Ana Mª Matute (Los niños tontos)
No esperes más
A la vida llamas, amor
y la vida vive
A la risa llamas, amor
y universos de fuego estallan en mis ojos
En el latido inverso de tus días
se consume el blanco y sagrado fuego
aprisionado por cadenas de noche
por castalias tramas de tiempo
de cadenas leves, pero cadenas
de noche tibia, pero aún noche
El poderoso sol rojo ya ha llegado
Viene a quebrantar las sombras de tus sombras
Se llega a nacer copihues en tus cestas
a inventar albas en el cerezo de mis anhelos
No esperes más
Rompe las paredes de tu pecho
Traspasa razones con flechas de latidos
Revienta miedos con calor de sueños
Dibuja pasos con tinta de viento
No esperes más no esperes más
Si nombras mi nombre, amor
el tiempo se detiene y tiembla
Si nombras el verbo, amor
si lo nombras
las fresas se enredan en nuestros pies
No esperes más amor no esperes más
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El jardinero – Cuento 1
El servidor: ¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!
La Reina: Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?
El servidor: Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.
La Reina: ¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde?
El servidor: Hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: ¿Qué locura es ésta?
El servidor: Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: ¿Y en qué consistirá tu servicio?
El servidor: En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.
La Reina: ¿Y cuál será tu recompensa?
El servidor: Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.
La Reina: Tus ruegos han sido escuchados. Serás el jardinero de mi jardín.
Rabindranath Tagore
(El jardinero)
«Rojo en el pecho
Las estrellas se duermen
El Sueño ríe»
Amapolas
Esbeltos caracteres rojos sobre papel de algodón; dibujado en una esquina, un poderoso símbolo. La carta está enrollada junto a una ramita de romero, ambas unidas por un fino lazo rojo.
Aún mi recuerdo te llama
en los blancos prados de la Luna,
entre pliegues que arropan las pasiones.
En la ola que lentamente se prolonga,
se hace intenso el eco de un susurro.
Una roja herida en los labios,
el eco continúa.
Y al final del camino inconcluso
amapolas
siempre hermosas amapolas
Recuerdos
El verbo se muere sin mirarlo, sin vivirlo
La cordura no es un verbo, sólo es un pobre e inconcluso sustantivo
Un beso, el prolongado beso de una ola mientras empapa la arena y se funde en ella
Amapolas… siempre hermosas amapolas